
Leí que significaba: Aquél que porta al ancho cinturón. Seguro que ese cincho era un ornamento para rendir tributo a la virilidad del guerrero lusitano.
Un pastor que fue capaz de frenar en seco la implantación de la civilización romana y la aplicación de códigos que, incluso hoy constituyen los fundamentos de la legislación actual, a base de esquilmar cosechas, apropiarse del ganado de los pueblos de alrededor y esclavizar a las víctimas que atrapaban durante sus honorables razias.
Un héroe admirable y un ejemplo de español a tenor de lo escrito en los escasos libros que apuntaban que la doctrina básica para nuestra educación debía respetar esos valores y denigrar a los salvajes compañeros que decidieron optar al pagaré prometido por Roma para abonar en efectivo a cambio de la acaudillada cabeza. Total, si no tenían otro oficio. Que podían hacer sino ejercer de bandoleros?
Triste resulta que, veinte siglos después, aún sobrevivan tradiciones que difunden el salvajismo como rector de las relaciones humanas, en esta publicación creo que podrán encontrar un interesante relato sociológico sobre un pueblo maldito y una aproximación al batiburrillo cultural que impide a los rusos olvidar el sistema imperial y avanzar hacia un estatus democrático suficiente para garantizar la paz en el continente.