Aunque jamás aprendió a pintar durante aquella época que pasó inmerso en la bohemia, al menos sabe cómo extraer los detalles fundamentales de la personalidad mientras contempla un rostro.


Los pintores son voyeurs autorizados, mirones capacitados para excitar la autoestima de su modelo mediante la delicada aplicación de cuatro brochazos y medio, en caso de reincidencia, la mayoría debería acabar atrapado en un profundo pozo hasta el momento de arder en la hoguera. Sálvese a sólo a aquellos que designe el genial Velázquez.
El maestro Murakami resulta de nuevo imbatible cuando desembarca en esta ocasión en un mundo nuevo y fantástico, rodeado eso sí, del inevitable sufrimiento que provocan los recuerdos y la angustia consecuente con la incertidumbre, doble tomo y cuádruple ración de personajes al precio habitual de la biblioteca pública. No se la pierdan.