
Últimamente parece que las precipitaciones se acomodan a la marcha de los tiempos y cuando los hacemos convulsos, las nubes eligen lugares más calmados para descargarse. Debe ser que aprovechan mejor la melancolía que produce el sonido de las gotas y así escriben románticas notas al golpeteo roto de las tejas.
A los poetas siempre les ha gustado rimar con el paisaje húmedo y oscuro, ahora la mayoría de ellos están prejubilados y residen en la Costa Cálida y en la Costa da Morte, con ese bonito nombre, sólo quedan aficionados a jugar el tute y al cinquillo.
Ya no llueven más que naipes contra el tapete de verde paño.
Acá llueve poco, apenas lo justo para que sobreviva el césped del jardín y que la señora de las prisas, cada día abandone la puerta de la panadería asustada porque, desde que vino Pandemia, siempre le toca ser la cuarta. ¡Jolín Doña Fuencisla, que atienden tres dependientas! Y es que el marido la amenaza de abandono porque tiene que echar veinte céntimos en la zona azul para aparcar si no está lista y aguarda para que la despachen en la frutería de la esquina. Y por eso no penetran las bajas presiones, para que ella no tenga que esperar mucho bajo la lluvia.